«El tiempo de Adviento tiene un doble carácter, pues es el tiempo de la preparación para la solemnidad de Navidad, en la que se recuerda la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es, además, el tiempo en el que, mediante este recuerdo, las mentes de los hombres se dirigen a la expectación de la segunda venida de Cristo, al fin de los tiempos. Por ambos motivos, el tiempo de Adviento se presenta como tiempo de devota y alegre expectación». (Ceremonial de los obispos, 235).
Es interesante saber que la palabra Adviento, procede del latín adventus, que primitivamente se aplicaba a la venida de un personaje, particularmente del emperador. La Iglesia lo aplicó a Cristo. Si, además, nos fijamos en que el término griego para esta palabra es parusía, entenderemos mejor que este periodo haya sido asumido por la liturgia también como la espera de la venida gloriosa y solemne de Cristo en su definitiva aparición al final de los tiempos. Así pues, desde el comienzo, la liturgia juega con el paralelismo de las dos venidas de Cristo: una primera venida, en la humildad de la carne; y una segunda, en la majestad de la gloria, como se refleja en las oraciones litúrgicas de estos días.
Históricamente este tiempo nació de modo disperso, ya que en sus inicios no se celebraba de igual modo en Roma, en Francia o en España. Por ejemplo, en España, antes de la adopción de la fiesta romana de Navidad del 25 de diciembre, un canon del Concilio de Zaragoza, en torno a los años 380-381, invitaba a los fieles a acudir a la asamblea durante las tres semanas que precedían a la fiesta de la Epifanía, a partir, por tanto del 17 de diciembre. Se invitaba a los cristianos a huir de la dispersión de las fiestas paganas y parece que se trataba de un periodo de preparación para recibir el sacramento del bautismo en la Epifanía, que también celebraba el Bautismo del Señor. Posteriormente, el rito hispano conocerá un tiempo de Adviento de seis semanas. Roma conoce el Adviento solo hacia el siglo VI y en el pontificado de San Gregorio Magno (590-604) se pasa definitivamente a las cuatro semanas.
Actualmente, en este tiempo cabe distinguir un primer período, que se extiende desde el primer domingo de Adviento (el domingo más cercano al 30 de noviembre) hasta el 16 de diciembre, y un segundo periodo que va desde el 17 al 24 de diciembre. Durante los primeros días las oraciones y las lecturas se refieren a los pasajes que anuncian la llegada del Señor como Mesías y juez al final de los tiempos, dando gran cabida a los profetas, entre los cuales destaca Isaías y Juan Bautista, el precursor, personaje típico del Adviento que indica la presencia del Mesías. A partir del 17 de diciembre la oración cristiana se centrará en la preparación inmediata del recuerdo del nacimiento del Salvador. Son días en los que se proclaman los textos evangélicos de la infancia, según san Mateo y san Lucas, evangelistas del nacimiento del Señor y de su preparación. María adquiere un singular protagonismo en estos días, especialmente en el cuarto domingo. A lo largo de este tiempo aparece como Hija de Sion, sierva del Señor o nueva Eva. Asimismo es imagen de la Iglesia, que espera y anhela al Señor.
Aunque a lo largo de la historia han existido épocas en las que el Adviento adquirió una fuerte connotación penitencial, a imitación de la Cuaresma, sin olvidar la dimensión de conversión y preparación, se insiste más en la gozosa espera de la venida del Señor. Desde este punto de vista, la moderación que se pide con respecto a la utilización del órgano y de otros instrumentos musicales o en el adorno con flores, corresponde, más que a una norma penitencial, a una contención de la plena alegría que se vivirá en la Natividad del Señor. De este modo, retener un gesto litúrgico durante un tiempo permite que se destaque más su valor cuando se recupera, como ocurre, por ejemplo, con el canto del Gloria o como puede hacerse también con el intercambio de la paz.
Desde el punto de vista pastoral es interesante que nuestras parroquias fomenten el cuidado de la espiritualidad de estos días; algo que se puede tener en cuenta desde varias perspectivas:
• Desde una lectura orante y sosegada de la Palabra de Dios que la Iglesia propone durante estos días.
• A través de charlas de formación litúrgico-espiritual, que expliquen el sentido y el modo de vivir este tiempo.
• El fomento de la celebración del sacramento de la penitencia, como invitación a la conversión ante la espera del Señor.
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