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Homilía de mons. Julián Barrio en la Misa de Navidad

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Gesegnete Weihnacten.

Merry Christmas.

Joyeux Noël.

Auguri per un Santo Natale.

Bo Nadal.

Feliz Navidad

Hoy es un día de gran alegría de la que tenemos que ser portadores. En el nacimiento del Hijo de Dios, el proyecto de Dios Padre se concreta, y llena el corazón de la única paz que da sentido a la vida, disipando el temor a la mortalidad y dándonos la alegría de la inmortalidad. “Dios se ha hecho hombre para que dándosenos con él superemos nuestra nada originaria y nuestra muerte final”. Dios soñaba con habitar y convivir entre los hombres. Lo vimos en el paraíso terrenal, durante la travesía del desierto a la tierra prometida y luego en el Templo de Jerusalén. La Navidad es el cumplimiento de ese sueño: “El Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria” (Jn 1,14). Pone su tienda en nuestra historia. Es el Dios con nosotros.

“El Señor consuela a su pueblo y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios”. No hay lugar para la tristeza ni el pesimismo. Por muchos que sean los problemas Dios ha visitado a su pueblo y nos trae su consuelo y su paz, fundamentada en la justicia y el derecho. En el nacimiento del Hijo de Dios todo es normal: “un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. No hay nada de espectáculo sino la inocencia de este niño. Dios se presenta sin envoltorio en lo normal de la vida, en lo cotidiano.

Dos imágenes nos presenta el profeta Isaías: La luz y la alegría porque termina la opresión, la guerra y nace un niño “Maravilla de consejero, Dios fuerte, Padre de la eternidad y Príncipe de la paz”. “Verán los confines la salvación de Dios”. Con el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre recuperamos la fuerza para afrontar los problemas de la vida diaria en la familia, en el trabajo o en la falta de trabajo, y en la sociedad. Cristo nace para nosotros, y está con nosotros.

Dios dijo su última y definitiva Palabra en su Hijo. Y esa Palabra encarnada nos ha revestido de la filiación divina para que vivamos la fraternidad. En medio de la obscuridad una Luz brilló para nosotros, y gracias a esta Luz podemos ver desde la perspectiva de la eternidad nuestras alegrías, y tristezas; nuestros éxitos y fracasos; la salud rebosante y la enfermedad; los momentos de plenitud radiante y los instantes de dudas y perplejidades. El Hijo de Dios se hizo hombre para experimentar y redimir en su propia carne las situaciones humanas. No temamos porque “Dios se ha hecho criatura, pura belleza, altura y profundidad del Amor que nos abre la puerta de lo eterno”. Esto libera al hombre herido del hastío y del cansancio de vivir, y lo proyecta al Infinito de Dios. La sabiduría invencible del amor divino nos enseña que el camino de la felicidad pasa por la austeridad, el de la paz por la justicia, el de la abundancia por la solidaridad, el de la salvación por el amor.

“Los cristianos no polemizaremos con quienes ocultan o degradan los signos de nuestra identidad cristiana. Estos los viviremos con alegría adentrándonos en su sentido verdadero e invitando a los demás a que compartan nuestro gozo” (O. Gonzalez de Cardedal). ¡Cuidemos que la luz de Belén no se apague por los vientos de la indiferencia religiosa y del relativismo moral! ¡Vivamos como hijos de la luz, manifestada en las buenas obras; y decidámonos siempre por la defensa de la dignidad de los más débiles, sin olvidar que en nuestra relación con Dios cobra sentido la visión del mundo y del hombre! La Navidad nos invita a transformar nuestra sociedad en una realidad de comunión y fraternidad. ¡Contagiemos el espíritu de la Navidad que es encontrarnos con Dios en el hombre! ¡Dejemos que Cristo nazca en nuestros corazones para crecer en santidad hasta que lleguemos a la perfección! Con la verdad de la Navidad renace la fe que disipa las tinieblas del corazón y de la mente. Damos gracias a Dios cuyo amor se ha manifestado en su Hijo hecho hombre. ¡Feliz Navidad!

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