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Homilía de mons. Barrio en la Fiesta de la Sagrada Familia

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Agradezco vuestra participación en esta Eucaristía en la que las familias de la Diócesis agradecen a Dios el don de la familia y piden bendiciones para ellas, de manera especial para las que están pasando momentos de inclemencia. Saludo con afecto a los niños y a los jóvenes, a los adultos y a los ancianos en este atardecer sabiendo que la Iglesia es familia y que la familia es iglesia doméstica.

Ser familia y actuar en familia implica gestar día a día la acogida y la convivencia, abrir las puertas al perdón y a la reconciliación, querer y optar por dignificar la vida en todo ser humano. María y José eran pobres y humildes trabajadores, y vivían su existencia cotidiana desde la perspectiva de Dios que es familia y quiso hacer del propio hogar “un santuario”. La vida familiar con sus luces y sombras, sus alegrías y sufrimientos, sus sorpresas y rutinas, está bendecida por Dios. La familia es uno de los ámbitos donde más profundamente está incidiendo el cambio sociocultural que le está afectando en la experiencia religiosa compartida y en la primera transmisión de la fe a los hijos, reto para la nueva evangelización. Respetar la singularidad de los miembros de la familia, encarnar la igualdad en la dignidad del hombre y la mujer y vivir en la unidad solidaria del amor como signo de la Nueva Alianza entre Dios y la familia humana ayuda a discernir la cercanía o lejanía de cada familia en relación al ideal cristiano.

Vivir orientados desde la voluntad de Dios es lo que nos propone la primera lectura, insistiendo en honrar, respetar y cuidar a los padres quienes con su experiencia son dignos de atención, y con su debilidad merecen el debido un trato diligente y cariñoso. ¿Cómo les corresponderemos los hijos lo que han hecho por nosotros?

El apóstol Pablo nos recuerda que, de la experiencia de haber sido perdonados por Dios, nace el perdón a los demás; de encontrar la paz en el Señor surgen los valores de una vida pacificada; de la escucha de la Palabra divina fluye una relación gozosa con Dios. Y todo ello conforma una vida llena de afecto, de reconciliación y de alabanza, realidades que conforman la realidad de la familia. Necesitamos afinar los silencios de nuestra alma para escuchar la voz de Dios.

Así lo hizo la Sagrada Familia que caminó en la fe en medio de sus vicisitudes. María y José se sorprenden y se angustian, pero son fieles a su misión, conservando muchas cosas en su corazón. Jesús se queda en Jerusalén. Escucha, pregunta y busca respuestas. Debiendo estar en las cosas del Padre, acepta el compromiso de su misión evangelizadora. Vuelve a Nazaret bajo la autoridad de José y de María mientras va creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres. Esta actitud es un desafío para cuantos solemos contentarnos con lo que hay. El relato del evangelio parece una crónica sacada de una familia de nuestros días. Unos padres angustiados porque su hijo no vuelve a casa  después de una fiesta. Van en su búsqueda y tal vez no lo encuentran en el templo o sí, en todo caso deben entenderlo y mantener su confianza en él.

La familia cristiana ha de reflejar el rostro bondadoso de Dios, descubriendo la gran esperanza basada en su amor incondicionado que ofrece al hombre[1], donde la libertad crece en la verdad. En la familia, según el plan de Dios, es posible experimentar el amor más parecido al amor de Dios, porque en la familia se nos ama sin condiciones, no por lo que hacemos o tenemos sino por lo que somos; no se nos quiere por nuestras cualidades o capacidades ni se nos deja de querer por nuestras limitaciones y defectos. ¡Cuánta bondad, dedicación y disponibilidad en el cuidado de los niños, jóvenes y mayores en circunstancias a veces difíciles para la familia! ¡Queridos esposos, sed misericordiosos con las debilidades mutuas! ¡Sed misericordiosos con vuestros hijos! ¡Miraos siempre con los ojos del corazón! La comprensión es el bálsamo con que superaréis las tensiones propias de la vida familiar.  Vuestras casas han de ser hogares de la luz que brilló en Belén y que necesita hoy nuestra sociedad.

Es necesario el testimonio de las familias cristianas que viven su fe de manera gozosa y responsable, que ayudan al necesitado, y trabajan por la paz. Anunciemos con gozo la belleza de la familia, miremos a la Sagrada Familia y permanezcamos en su escuela para revitalizar la familia, “tesoro que Dios ha regalado a la humanidad y que es responsabilidad nuestra cuidar”. En esta fiesta de la Sagrada Familia, pido para todas las familias de la Diócesis la bendición de Dios con la intercesión de Jesús, María y José. Amén.

[1] Cf. Benedicto XVI, Spe salvi, 26-27.

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